
«Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo»
Júlio Cortáza
A caballo entre las estribaciones de la sierra de Guadarrama y las incipientes elevaciones de la sierra de Gredos, y entrelazándose ambas, existe un bello paraje situado al oeste de Comunidad de Madrid, llamado Comarca de la Sierra Oeste.
Montañas, valles encajados, vegas y remansos de ríos conforman a estos rincones de una belleza singular.
Limitando con la provincia de Ávila se encuentra el municipio de Valdemaqueda. En estas tierras damos inicio a una ruta que nos llevará por senderos engullidos en bosques de pinos, encinas…, mientras tomamos altura para avistar como la sierra de Gredos se dibuja en el horizonte.
Pero mejor, es que os lo cuente.
Mañana especial para mí, una mañana que después de dos años de “parón obligado” por la pandemia, vuelvo a los caminos en compañía de la gente con la cual comparto una de mis aficiones, poner las botas a deambular. Una mañana que se convirtió en recuentro.
Rodeado de cerros y riscos, el sendero tomaba forma invitándonos a ser recorrido, en él deambularíamos hasta alcanzar las aguas del río Cofio.
El cielo tornaba en gris y que según avanzo la mañana dio paso a un azul brillante de primavera. Este jugaba entre las nubes que parecían rasgadas por las alas de inmensas aves, vislumbrado entre su blanco, el azul intenso de la mañana.

La senda se adentraba por un bosque de pinos y encinas, adoro los bosques…. ¿y vosotros? Mientras ascendíamos, las jaras con sus flores incipientes nos hacían de soldados, que en formación guardaban el camino dándonos la bienvenida.
Mi imaginación se lanzaba a un futuro muy cercano, donde intuía la belleza de ese entorno cuando las flores blancas de la jara cubrieran este paraje, dando la sensación de un paisaje nevado.
A mi izquierda dejaba enmarcado, al pie del risco de Sta. Catalina, el pueblo de Valdemaqueda. La mañana transcurría sosegada y con un poco de charla amena, dado que después de tanto tiempo apetecía intercambiar experiencias vividas en estos dos últimos años.

El cielo se iba tornando azul y esas nubes rasgadas le daba un aspecto muy especial a este entorno privilegiado.
La claridad del día me descubría un paisaje donde las montañas eran las protagonistas y al fondo del valle podía observar el curso del río Cofio, a cuyo cauce alcanzaremos descendiendo por un sendero pedregoso.

Parada forzosa para observar el skyline de estas bellas edificaciones naturales, a las que nada tiene que envidiar las creadas por el hombre en las ciudades.
El descenso del sendero nos adentra de nuevo en el bosque de pinos, donde discurre el cauce de río Cofio. Su curso se vislumbra a ratos tranquilo y a ratos saltarín entre piedras de granito.
Grandes espacios verdes bordean sus orillas, dando sensación de tranquilidad y muchas, muchas ganas de tumbarte en aquella mullida alfombra natural.
Aguas arriba llegamos al puente Mocha o puente de los Cinco Ojos. También es llamado puente romano, pues según la tradición se atribuye su origen a los romanos. Pero lo mas probable es que se trata de una obra bajomedieval o prerrenacentista.
En el 2011 se terminó su restauración integral por la Comunidad de Madrid, dándole el aspecto actual. Fuerte y dorado por el reflejo del sol de primavera en su piedra, mientras las aguas del río Cofio transcurren por sus arcos.
Al pie del puente Mocha y al susurro del curso del río Cofio, dimos cuenta de nuestros manjares campestres (bocadillos) en un lugar dispuesto como área recreativa.
El regreso se convirtió en un paseo por una pista forestal rodeada de altos pinos, siempre presentes en este paraje e incluso un rebaño de cabras como acompañamiento.
El cielo volvía a tornarse gris para despedirse con una suave lluvia, dando fin a una jornada marcada por el recuentro y por la espectacularidad del paisaje.













